Ana Morales se caracteriza por recrear sobre el escenario los distintos estados de su periplo vital, en espectáculos firmemente conectados con la vida y la realidad, contados con un baile autobiográfico de amplias formas, que conjuga vanguardia y tradición.
En la Cuerda Floja nace de preguntas: ¿Qué le pasa a nuestro cuerpo y a nuestra mente cuando buscan el orden? ¿Es la estabilidad una utopía? ¿Necesitamos el desequilibrio para sobrevivir? Morales dirige y protagoniza este espectáculo sobre ponerse a prueba como ser humano en un mundo cada vez más incomprensible.
Es una creación que intenta indagar en nuestros estados de ánimo y que plantea utilizar el desequilibrio como algo necesario para avanzar y vivir. El flamenco roto, contemporáneo y con una fuerza arrolladora de Morales refleja perfectamente esa búsqueda constante que hacemos, muchas veces de manera subconsciente del equilibrio y desequilibrio, de nuestra salida del estado de confort en busca de algo nuevo. Quebrado sería la palabra perfecta para definir la sensación que nos genera verla sobre las tablas. Un quebrado virtuoso, eso sí, un quebrado que sabe transmitir la búsqueda del interior y que consigue mostrarnos a través de su baile.
«Un espectáculo nuevo siempre supone un reto, un punto de impulso desde el que seguir creciendo. Sin duda necesito nuevos estados, físicos y emocionales para poder seguir creando y transformándome. Por eso bailo». Ana Morales
PRENSA:
Ana Morales, entre la mente y la memoria del cuerpo
“Después de haber creado piezas como, Sin permiso o Una mirada lenta, Ana Morales no tiene ya nada que demostrar porque su valía como bailaora y como coreógrafa están fuera de toda discusión”
“la música del trío fue realmente brillante: ‘Bolita’ con una guitarra que juega con la melodía sin dejarse atrapar por ella, Pablo Martín sacando mil sonidos a las cuerdas graves de su contrabajo y Paquito González con sus siempre enriquecedoras percusiones”. “Cuando su mente se relaja y es el cuerpo el que toma el mando, haciendo lo que sabe hacer, el flamenco surge a borbotones en forma de giros vertiginosos, de marcajes flamenquísimos, de sonoras escobillas, de cambrées imposibles…”. “Un sencillo espectáculo, tal vez difícil de asimilar para los que esperan solo flamenco, pero de una riqueza musical y dancística impresionante.”
Rosalía Gómez. Diario de Sevilla.
Ana Morales y su lenguaje del siglo XXI
“En la cuerda floja» Ana Morales ha creado su propio lenguaje, una serie de movimientos que, basados en el flamenco, se van alejando de él, tomando sólo aquellos elementos que le sirven para la estructura dancística que también se aleja de los clásicos palos establecidos. Buen trabajo, nada fácil, pero sí como hallazgo de lo que la bailaora quiere transmitir, y que sin duda tiene un lenguaje del siglo XXI.”
Marta Carrasco. ABC Sevilla
Bailar ‘En la cuerda floja’ para crear un universo propio
La bailaora Ana Morales presenta una obra llena de contemporaneidad. Resulta evidente la penetración de la danza contemporánea en su trabajo, que impregna hasta su baile más flamenco, pero hay algo más: quizás la directa y sencilla expresión de lo que bulle en su interior, que en este caso parece ser confusión, el signo del tiempo en que vivimos. Para expresar ese estado, la bailaora ha requerido la colaboración del guitarrista jerezano José Quevedo “Bolita”, que ha compuesto una música que ejerce como un traje a medida a la intención dancística
La atmósfera, con la cuerda frotada y los efectos del contrabajo, se torna inquietante al igual que lo hace la danza, de formas angulosas en muchos momentos. Con el baile, guiado por la guitarra y una eficaz percusión, recupera su poder de seducción, sustentado en el de sus pies, pero ofrecido dentro de un discurso decididamente contemporáneo, que redibuja las formas tradicionales. La música flamenca —bulerías, taranto, tangos…— sigue siendo fuente de inspiración, pero se percibe por su aroma, sus ritmos o melodías, y juega a desestructurarse en paralelo a la deconstrucción que desarrolla la bailaora. La lucha de contrarios que esconde el trabajo parece que va a encontrar su síntesis y equilibrio en la soleá, que ejecuta vestida de nuevo de rojo. Es solo un espejismo, el tormento se mantiene en la expresión hasta el final. La obra, como la propia protagonista, resulta coherente hasta en ese último detalle.
Fermín Lobatón. El País